La historia de la civilización es vasta y rica, pero si uno lee atentamente, notará que también es bastante repetitiva. Una de las moralejas más recurrentes en las lecciones de la historia universal es el abandono de la gratificación inmediata por la gratificación diferida.
¿A qué nos referimos con todo esto? Pues verás, la situación es bastante sencilla. En muchos aspectos de la vida uno puede optar por una recompensa inmediata o la posibilidad de una ganancia mayor en el futuro.
Distintas psicologías
Hay mucha gente en el planeta y los genes hacen lo suyo garantizando la diversidad, por lo que hay tantas personas como psicologías diferentes; dentro de este espectro se hallan todos los estadíos intermedios que uno se puede imaginar. Hay gente que vive en el instante, así como hay gente que ‘’invierte’’ toda su vida para darse cuenta de que en el momento de la cosecha ya no queda tiempo para disfrutar.
La buena noticia es que hay maneras de educarse y revertir estos hábitos, principalmente hay maneras de adquirir y ejercitar el músculo del mediano/largo plazo. La historia de nuestro Estado es un ejemplo de esta transición en una escala societal. El Estado moderno fue fundado sobre la idea de un contrato imaginario que literalmente sacrificaba la libertad total en pos de una libertad limitada y consensuada en vistas a la prosperidad en el mediano plazo.
Una de las manifestaciones más cotidianas de este fenómeno es el ahorro. Ahorrar no es más que otra de las materializaciones de esta inmemorial negociación entre el hoy y el mañana. En este artículo hablaremos sobre cómo puedes hacer para adquirir el hábito del ahorro en tu vida.
El ahorro
Ahorrar es el acto de destinar parte de nuestros ingresos a una reserva que gradualmente va creciendo y que nos permite disponer de una suma grande de dinero cuando la necesitemos en un futuro. Es tan simple como eso. Pero la realidad es que a la gente le cuesta muchísimo ahorrar y esto es cierto independientemente de cuánto es que ganen las personas.
Esta dificultad en el ahorro se basa en dos fenómenos:
- La insistencia (nada inocente) del mercado en la inmediatez y la gratificación instantánea, producto del marketing digital moderno y su naturaleza pervasiva en todos los dominios de la vida.
- La dificultad que tienen las personas para estructurar su vida hacia objetivos predefinidos mediante estrategias eficientes.
El marketing moderno
La ciencia y la tecnología dotaron a las multinacionales del siglo xxi de herramientas muy profundas de medición y diagnóstico. Como bien sabrás, o deberías saber, las redes sociales que tanto consumen nuestras vidas también producen una huella medible de nuestros hábitos de consumo. Este modelo de negocios permite a las marcas hacer una publicidad a medida de cada uno de nosotros.
Este tipo de publicidad hipertargeteada a nuestros módulos mentales más impulsivos ejerce una presión constante sobre nosotros. La manzana prohibida del jardín del Eden, ese smart watch que no necesitas realmente, la historia de la gratificación inmediata solo se repite bajo otro disfraz.
Este estado de cosas conspira contra el intento, ya de por sí difícil, de poder estructurarse hacia el mediano plazo mientras naufragamos en este océano de estímulos inmediatos.
La mentalidad estratégica
La otra cara de esta moneda es la dificultad que tiene la gente para idear planes claros y ejecutarlos. El primer problema que se nos presenta también tiene su origen en el siglo xxi. La globalización y la revolución digital generaron un catálogo de opciones y vidas posibles que terminan por intimidarnos y llevarnos a la parálisis. Esta situación hace que no podamos responder una simple pero fundamental pregunta:
¿Cuál es nuestro objetivo?
Ningún plan puede trazarse si no es como un camino hacia una meta, por lo que el hecho posmoderno de no poder decidir nuestras metas claramente es el primer conspirador contra nuestra capacidad de estructurar el mediano plazo de una manera abordable mediante un plan.
El segundo problema, asumiendo que logremos resolver el primero (¿qué es lo que queremos?) radica en la natural dificultad que tiene la gente para medir la efectividad de un plan. Un plan sin un método de feedback (evaluación) es simplemente el equivalente a caminar a ciegas de manera confiada. El mundo es un lugar cambiante, y un plan que no tenga la capacidad de ser flexible en respuesta a la realidad mediante algún proceso de medición, es simplemente una expresión de deseo disfrazada de plan.
En el artículo pasado hablamos sobre cómo generar un plan.

¿Cómo ahorrar?
Un buen comienzo para un plan de ahorro sería hacerse algunas preguntas exploratorias. Un ejemplo de este proceso sería:
- ¿Cuento con algún mecanismo para medir? De no ser así, lo primero que debemos hacer es comenzar a registrar nuestros ingresos y nuestros gastos. Como dice el refrán ´´El lápiz más corto es mejor que la memoria más potente´´
- ¿Tengo un objetivo? y, de ser así ¿En cuánto tiempo quiero concretarlo? En base a esto es que podemos idear un presupuesto para el ahorro. Si sabemos qué es lo que queremos y cuándo lo queremos, estamos en posición de idear una manera de trazar un camino hacia dicho objetivo.
- ¿De qué puedo prescindir en mi día a día? El plan va a requerir el ahorro, dado que es un plan de ahorro. A la hora de ahorrar el primer paso es reducir gastos. Reflexionar sobre nuestros consumos innecesarios también nos va a permitir hacer una profunda introspección sobre nuestra psicología y nuestras pautas de consumo. Estas reflexiones son importantes para identificar hábitos a cambiar.
Conclusión
Este artículo abordó la cuestión del ahorro e intentó proveerte de algunas herramientas para que tú puedas empezar a tomar conciencia de tus finanzas y comenzar a ahorrar en pos de tus metas económicas.
Si deseas más información sobre cómo realizar tu camino hacia la felicidad financiera por favor consulta el libro El camino hacia tu felicidad financiera.